BART Calloway dejó descansar el hacha y se limpió con la manga de la camisa de franela a cuadros el sudor que empapaba su rostro, curtido por el sol y el cortante viento procedente de los nevados montes Uinta, en cuyas estribaciones se hallaba talando pinos. Bart era el mayor de los Calloway. Tenía treinta y tres años y un cuerpo alto y delgado, de músculos apretados y endurecidos por la dura labor del campo en aquellas tierras fértiles, pero bravías, que ofrecían una tenaz resistencia a ser roturadas e incorporadas al progreso.
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BART Calloway dejó descansar el hacha y se limpió con la manga de la camisa de franela a cuadros el sudor que empapaba su rostro, curtido por el sol y el cortante viento procedente de los nevados montes Uinta, en cuyas estribaciones se hallaba talando pinos. Bart era el mayor de los Calloway. Tenía treinta y tres años y un cuerpo alto y delgado, de músculos apretados y endurecidos por la dura labor del campo en aquellas tierras fértiles, pero bravías, que ofrecían una tenaz resistencia a ser roturadas e incorporadas al progreso.