—¿Sabes lo que te digo, Ken? —dijo Alan Connelly—. Que mañana, en cuanto lleguemos a Abilene, voy a elegir a la girl con más curvas que haya en la ciudad. Su amigo Ken Madison cabalgaba a su derecha. Ambos estaban arreando ganado por cuenta de Marc Rusell. Hacía más de cuarenta días que no veían a una mujer. Cuarenta días que se habían pasado conduciendo aquella manada, pasando por innumerables peligros, haciendo frente a los indios y a los ladrones de ganado, soportando una terrible tormenta, cruzando un peligroso río de aguas turbulentas. Pero ya estaban cerca de Abilene. —¿Como cuánto de curvas? —preguntó Ken, de veintiocho años, moreno.
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—¿Sabes lo que te digo, Ken? —dijo Alan Connelly—. Que mañana, en cuanto lleguemos a Abilene, voy a elegir a la girl con más curvas que haya en la ciudad. Su amigo Ken Madison cabalgaba a su derecha. Ambos estaban arreando ganado por cuenta de Marc Rusell. Hacía más de cuarenta días que no veían a una mujer. Cuarenta días que se habían pasado conduciendo aquella manada, pasando por innumerables peligros, haciendo frente a los indios y a los ladrones de ganado, soportando una terrible tormenta, cruzando un peligroso río de aguas turbulentas. Pero ya estaban cerca de Abilene. —¿Como cuánto de curvas? —preguntó Ken, de veintiocho años, moreno.