—Por favor, señorita Turner, he de ver al señor Gorman —dijo Kitty Sader a la mujer que se hallaba tras la mesa, una secretaria que parecía encamar toda la eficiencia del mundo. La señorita Turner, rubia platino, sumergido su busto en un grueso jersey, rojo como la sangre, levantó la nariz de los papeles que consultaba. —Lo siento, señorita Sader, pero ya le he dicho que el señor Gorman está muy ocupado y no puede recibirla. —Lo mismo me dijo la semana pasada. —Quizá el martes próximo…
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—Por favor, señorita Turner, he de ver al señor Gorman —dijo Kitty Sader a la mujer que se hallaba tras la mesa, una secretaria que parecía encamar toda la eficiencia del mundo. La señorita Turner, rubia platino, sumergido su busto en un grueso jersey, rojo como la sangre, levantó la nariz de los papeles que consultaba. —Lo siento, señorita Sader, pero ya le he dicho que el señor Gorman está muy ocupado y no puede recibirla. —Lo mismo me dijo la semana pasada. —Quizá el martes próximo…