ERAN las siete de la tarde y yo estaba ocupado en mi trabajo favorito. Atendía a una rubia. No vayan a creer que se trataba de una rubia cualquiera. Era Anne-Marie Servan, una muchacha que acababa de ganar el concurso “Las mejores piernas de Europa”. Yo había querido saber si el título era merecido o lo había ganado por recomendación.
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ERAN las siete de la tarde y yo estaba ocupado en mi trabajo favorito. Atendía a una rubia. No vayan a creer que se trataba de una rubia cualquiera. Era Anne-Marie Servan, una muchacha que acababa de ganar el concurso “Las mejores piernas de Europa”. Yo había querido saber si el título era merecido o lo había ganado por recomendación.