El cielo estaba cubierto a trechos por nubes que el viento empujaba hacia el noroeste. El sol todavía calentaba poco. La niebla que durante la madrugada se había adherido a la tierra se disgregaba lentamente. El camino, cubierto de una arena roja, con baches de polvo, corría por la llanura y se empinaba por una pequeña ladera. Ahora, sobre ésta, se arrastraba una tortuga tratando de llegar al camino, asustándose de todo. Sus duras patas y sus amarillentas pezuñas se movían a través de la hierba. Por encima de su agrietado caparazón se deslizaban las espiguillas de la avena silvestre. Llevaba entreabierto el córneo pico, y sus ojos altivos trataban de clavarse en la lejanía. Dejaba un sendero marcado por el peso de su cuerpo.
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El cielo estaba cubierto a trechos por nubes que el viento empujaba hacia el noroeste. El sol todavía calentaba poco. La niebla que durante la madrugada se había adherido a la tierra se disgregaba lentamente. El camino, cubierto de una arena roja, con baches de polvo, corría por la llanura y se empinaba por una pequeña ladera. Ahora, sobre ésta, se arrastraba una tortuga tratando de llegar al camino, asustándose de todo. Sus duras patas y sus amarillentas pezuñas se movían a través de la hierba. Por encima de su agrietado caparazón se deslizaban las espiguillas de la avena silvestre. Llevaba entreabierto el córneo pico, y sus ojos altivos trataban de clavarse en la lejanía. Dejaba un sendero marcado por el peso de su cuerpo.