—Buenos días, preciosa. Vera Ozenne dejó de teclear en la máquina y levanto la cabeza para mirar al hombre que la requebraba. Al instante sus ojos se agrandaron. —¡Señor Chandler! ¡Por fin reaparece! Jay Chandler, de veintiocho años de edad, moreno, uno ochenta de estatura, setenta y cinco kilos de músculo y hueso, rostro bien parecido, simpático y alegre, guiñó uno de sus ojos azules mientras replicaba: —Eso quiere decir que me ha echado de menos, Vera. Ya sabía que algún día reconocería mis méritos.
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—Buenos días, preciosa. Vera Ozenne dejó de teclear en la máquina y levanto la cabeza para mirar al hombre que la requebraba. Al instante sus ojos se agrandaron. —¡Señor Chandler! ¡Por fin reaparece! Jay Chandler, de veintiocho años de edad, moreno, uno ochenta de estatura, setenta y cinco kilos de músculo y hueso, rostro bien parecido, simpático y alegre, guiñó uno de sus ojos azules mientras replicaba: —Eso quiere decir que me ha echado de menos, Vera. Ya sabía que algún día reconocería mis méritos.