Burt Warren cabalgó por la polvorienta calle Mayor de La Mesa, territorio de Nuevo México. Eran las tres de la tarde y sólo vio en las aceras a unos cuantos mejicanos que dormitaban, apoyadas las espaldas en la pared. Un perro que estaba a la sombra de un porche levantó la cabeza, dirigió una mirada al jinete, bostezó y volvió a sumirse en su letargo, sin molestarse en apartar con el rabo las moscas que lo comían desde los cuartos traseros hasta el cuello.
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Burt Warren cabalgó por la polvorienta calle Mayor de La Mesa, territorio de Nuevo México. Eran las tres de la tarde y sólo vio en las aceras a unos cuantos mejicanos que dormitaban, apoyadas las espaldas en la pared. Un perro que estaba a la sombra de un porche levantó la cabeza, dirigió una mirada al jinete, bostezó y volvió a sumirse en su letargo, sin molestarse en apartar con el rabo las moscas que lo comían desde los cuartos traseros hasta el cuello.