—Párese y levante las manos, amigo. Chester Graham oyó aquella voz cascada que le llegaba por detrás y tiró de las bridas del caballo. Luego, levantó los brazos. A sus espaldas sonó una risa que le recordó el roce de una lima contra un barrote. —Ahora, encomiéndese al cielo.
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—Párese y levante las manos, amigo. Chester Graham oyó aquella voz cascada que le llegaba por detrás y tiró de las bridas del caballo. Luego, levantó los brazos. A sus espaldas sonó una risa que le recordó el roce de una lima contra un barrote. —Ahora, encomiéndese al cielo.