Joe Lack, de cuarenta años, medio calvo y fuerte complexión, empujó los batientes del saloon Independence y llamó con dos dedos al hombre del mostrador, quien al verle experimentó visiblemente un alivio que alteró su gruesa y sudorosa cara. —¿Buenas noticias, Joe? Lack observó a la clientela, compuesta de media docena de hombres adormilados en las mesas. —Eres un tipo con una suerte loca —dijo. —Maldita sea, no lo dirás por la gente que viste anoche. A esas horas siempre he tenido el local de bote en bote.
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Joe Lack, de cuarenta años, medio calvo y fuerte complexión, empujó los batientes del saloon Independence y llamó con dos dedos al hombre del mostrador, quien al verle experimentó visiblemente un alivio que alteró su gruesa y sudorosa cara. —¿Buenas noticias, Joe? Lack observó a la clientela, compuesta de media docena de hombres adormilados en las mesas. —Eres un tipo con una suerte loca —dijo. —Maldita sea, no lo dirás por la gente que viste anoche. A esas horas siempre he tenido el local de bote en bote.