Jerry Wallace y Bill Lewis eran socios y amigos desde hacía cinco años. Tenían una oficina como agentes de asuntos varios en la calle. 62, Oeste, de Nueva York. Compartían también un dormitorio en la pensión de la señora Harrison, la viuda de un juez. Se habían despertado y Jerry se ablucionaba ante el lavabo, mientras Bill se vestía. —Jerry, no quiero desanimarte, pero la señora Harrison dijo que teníamos que pagarle hoy los atrasos. —¿Cuántos atrasos? —Todos, y son cuarenta dólares, Jerry.
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Jerry Wallace y Bill Lewis eran socios y amigos desde hacía cinco años. Tenían una oficina como agentes de asuntos varios en la calle. 62, Oeste, de Nueva York. Compartían también un dormitorio en la pensión de la señora Harrison, la viuda de un juez. Se habían despertado y Jerry se ablucionaba ante el lavabo, mientras Bill se vestía. —Jerry, no quiero desanimarte, pero la señora Harrison dijo que teníamos que pagarle hoy los atrasos. —¿Cuántos atrasos? —Todos, y son cuarenta dólares, Jerry.