Leo Talking entró como un ciclón en el hotel, y el que estaba en el registro, un tipo rubio, de mejillas sonrosadas, le gritó: —¡Eh usted, no puede entrar aquí! —¿Quién lo dice? —Yo lo digo, Eugene Bond, el gerente de este hotel… Leo Talking bailoteó sobre un solo pie porque iba a mucha velocidad y, para lograr mantener el equilibrio, se agarró a lo primero que encontró, y resultó ser una mujer. Los dos se vinieron abajo. Ella era una pelirroja con mucho atractivo, y cuando recuperó el resuello, exclamó: —Caramba, qué impetuoso es usted. Ni siquiera noté que me siguiese por la calle.
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Leo Talking entró como un ciclón en el hotel, y el que estaba en el registro, un tipo rubio, de mejillas sonrosadas, le gritó: —¡Eh usted, no puede entrar aquí! —¿Quién lo dice? —Yo lo digo, Eugene Bond, el gerente de este hotel… Leo Talking bailoteó sobre un solo pie porque iba a mucha velocidad y, para lograr mantener el equilibrio, se agarró a lo primero que encontró, y resultó ser una mujer. Los dos se vinieron abajo. Ella era una pelirroja con mucho atractivo, y cuando recuperó el resuello, exclamó: —Caramba, qué impetuoso es usted. Ni siquiera noté que me siguiese por la calle.