Duke O’Hara hizo una pausa. Estaba a la cabecera de la mesa, de pie. Tenía ya cincuenta años y era robusto, de fuerte constitución, cabello rojo encrespado, cejas espesas y ojos de un color verde que ahora destellaban intensamente. La cena había sido pródiga en manjares y en licores. Los hombres habían reído con las mujeres que habían traído consigo o con las que el propio Duke O’Hara les había obsequiado. El lugarteniente del norte, Bruce Meyer, se levantó de la silla. Era un tipo de mejillas chupadas y sienes hundidas.
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Duke O’Hara hizo una pausa. Estaba a la cabecera de la mesa, de pie. Tenía ya cincuenta años y era robusto, de fuerte constitución, cabello rojo encrespado, cejas espesas y ojos de un color verde que ahora destellaban intensamente. La cena había sido pródiga en manjares y en licores. Los hombres habían reído con las mujeres que habían traído consigo o con las que el propio Duke O’Hara les había obsequiado. El lugarteniente del norte, Bruce Meyer, se levantó de la silla. Era un tipo de mejillas chupadas y sienes hundidas.