Oscar Mortimer, de sesenta años y sesenta kilos de peso, escuchó el estruendo de la vidriera del bar y se apartó vivamente al ver salir por el hueco un cuerpo humano que fue a chocar con la calzada y rodó envuelto en polvo. El individuo golpeado quedó sentado en el suelo y sacudió la cabeza de un lado a otro. Oscar cerró la boca, abierta por la sorpresa, y se rascó la coronilla. —¿Es usted el Hombre Mosca, muchacho? El joven del suelo alzó el rostro y sonrió masajeándose el mentón. Tendría unos veintiocho años, era moreno, de ojos negros y expresión simpática. —Otras veces he volado más alto, abuelo.
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Oscar Mortimer, de sesenta años y sesenta kilos de peso, escuchó el estruendo de la vidriera del bar y se apartó vivamente al ver salir por el hueco un cuerpo humano que fue a chocar con la calzada y rodó envuelto en polvo. El individuo golpeado quedó sentado en el suelo y sacudió la cabeza de un lado a otro. Oscar cerró la boca, abierta por la sorpresa, y se rascó la coronilla. —¿Es usted el Hombre Mosca, muchacho? El joven del suelo alzó el rostro y sonrió masajeándose el mentón. Tendría unos veintiocho años, era moreno, de ojos negros y expresión simpática. —Otras veces he volado más alto, abuelo.