El Natchez se disponía a zarpar del puerto de Saint Louis. Los pasajeros se acodaban en las barandillas que enfrentaban con el muelle. Un gentío enorme había ido a despedir a los que embarcaban. No faltaba la inevitable charanga, músicos de color, que soplaban o tañían sus instrumentos mientras dos negritos, dos niños, bailaban adoptando las más difíciles posturas. Los pasajeros del Natchez premiaban el trabajo de los artistas enviando hacia abajo una andanada de monedas. Tony Smith, primer oficial del Natchez, se acercó a su capitán, George Mac Hune, y le habló al oído. El capitán abrió unos ojos como platos e interrogó: —¿Ha dicho Carolyn Ericson? —Sí, mi capitán. Acaba de embarcar hace un rato con una amiga suya, la señorita Elaine Jones. Creí que le sería útil saberlo. Se alojan en el camarote número veintidós.
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El Natchez se disponía a zarpar del puerto de Saint Louis. Los pasajeros se acodaban en las barandillas que enfrentaban con el muelle. Un gentío enorme había ido a despedir a los que embarcaban. No faltaba la inevitable charanga, músicos de color, que soplaban o tañían sus instrumentos mientras dos negritos, dos niños, bailaban adoptando las más difíciles posturas. Los pasajeros del Natchez premiaban el trabajo de los artistas enviando hacia abajo una andanada de monedas. Tony Smith, primer oficial del Natchez, se acercó a su capitán, George Mac Hune, y le habló al oído. El capitán abrió unos ojos como platos e interrogó: —¿Ha dicho Carolyn Ericson? —Sí, mi capitán. Acaba de embarcar hace un rato con una amiga suya, la señorita Elaine Jones. Creí que le sería útil saberlo. Se alojan en el camarote número veintidós.