El sol caía perpendicularmente sobre el hombre que caminaba por la extensión rocosa con la silla de montar apoyada en la espalda. Era un tipo muy alto, de rostro enjuto, piel muy morena, curtida por los elementos. Sus ojos eran negros, muy brillantes, la nariz recta y el mentón hendido. Llevaba la pistolera muy baja y toda su vestimenta aparecía cubierta de polvo y la camisa se había empapado de transpiración por los costados. De pronto se detuvo al percibir un galope. Lanzó un suspiro y dejó la silla en tierra. Al incorporarse entrecerró los ojos al ver aparecer a un jinete por entre las rocas, el cual llevaba de las bridas otro caballo sin montura. El jinete se detuvo al descubrir a su vez al hombre que tenía la silla a sus pies. Titubeó un instante pero, finalmente, se dirigió hacia él. —Buenos días, forastero —dijo.
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El sol caía perpendicularmente sobre el hombre que caminaba por la extensión rocosa con la silla de montar apoyada en la espalda. Era un tipo muy alto, de rostro enjuto, piel muy morena, curtida por los elementos. Sus ojos eran negros, muy brillantes, la nariz recta y el mentón hendido. Llevaba la pistolera muy baja y toda su vestimenta aparecía cubierta de polvo y la camisa se había empapado de transpiración por los costados. De pronto se detuvo al percibir un galope. Lanzó un suspiro y dejó la silla en tierra. Al incorporarse entrecerró los ojos al ver aparecer a un jinete por entre las rocas, el cual llevaba de las bridas otro caballo sin montura. El jinete se detuvo al descubrir a su vez al hombre que tenía la silla a sus pies. Titubeó un instante pero, finalmente, se dirigió hacia él. —Buenos días, forastero —dijo.