—¿Cuánta gente ha venido para presenciar la salida de Frank el Gordo? —preguntó Alex Burke, alcaide de la penitenciaría de Tucson. —Demasiada —le contestó Mark Staford, su ayudante—. En la sala de visitas hay cuatro periodistas. Otros nueve quisieron colarse sin pase, y armaron un escándalo cuando sólo dejamos entrar a sus compañeros porque traían el visado del gobernador. Pero más allá de los muros, junto a la puerta del norte, se aglomeran centenares de personas que quieren ver a Frank el Gordo en carne y hueso. No hemos podido evitarlo, pero han instalado puestos de refrescos y golosinas. Hay charlatanes que venden toda clase de artículos, entre ellos, mechones de cabello de Frank el Gordo. Yo compré uno.
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—¿Cuánta gente ha venido para presenciar la salida de Frank el Gordo? —preguntó Alex Burke, alcaide de la penitenciaría de Tucson. —Demasiada —le contestó Mark Staford, su ayudante—. En la sala de visitas hay cuatro periodistas. Otros nueve quisieron colarse sin pase, y armaron un escándalo cuando sólo dejamos entrar a sus compañeros porque traían el visado del gobernador. Pero más allá de los muros, junto a la puerta del norte, se aglomeran centenares de personas que quieren ver a Frank el Gordo en carne y hueso. No hemos podido evitarlo, pero han instalado puestos de refrescos y golosinas. Hay charlatanes que venden toda clase de artículos, entre ellos, mechones de cabello de Frank el Gordo. Yo compré uno.