Dos viejas rezaban guturalmente en un rincón de la cocina. El fuego se había apagado en el hogar y por la chimenea penetraba un viento gélido que agitaba las cenizas. Luego llegaron otras cuatro mujerucas que estrecharon mi mano y pronunciaron entre dientes unas palabras ininteligibles. Me estremecí de frío y de repugnancia: sus manos tenían un tacto viscoso y helado.
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Dos viejas rezaban guturalmente en un rincón de la cocina. El fuego se había apagado en el hogar y por la chimenea penetraba un viento gélido que agitaba las cenizas. Luego llegaron otras cuatro mujerucas que estrecharon mi mano y pronunciaron entre dientes unas palabras ininteligibles. Me estremecí de frío y de repugnancia: sus manos tenían un tacto viscoso y helado.