Mala pata. Era martes, trece de junio, el cielo estaba cubierto de negros nubarrones al amanecer, corría un vientecillo gélido que se colaba a través de la ventanilla izquierda y obligaba a toser de vez en cuando a Ken Fargas. —Mala pata —murmuró para sí, rabioso. Su coche, una furgoneta Talbot de principios de siglo, apenas tenía fuerzas para remontar la pendiente que desembocaba en la pequeña localidad de La Contienda.
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Mala pata. Era martes, trece de junio, el cielo estaba cubierto de negros nubarrones al amanecer, corría un vientecillo gélido que se colaba a través de la ventanilla izquierda y obligaba a toser de vez en cuando a Ken Fargas. —Mala pata —murmuró para sí, rabioso. Su coche, una furgoneta Talbot de principios de siglo, apenas tenía fuerzas para remontar la pendiente que desembocaba en la pequeña localidad de La Contienda.