La primera vez que vi a Paul Curtis fue el día primero de febrero de 1966. Ocupaba la celda 16 de la sección de «violentos» del Sanatorio Psiquiátrico de la Fundación Aldeman. Paul ocupaba un rincón de la celda. Se encontraba a gatas, con la cabeza apoyada en el suelo de blando plástico, y en tan difícil posición jugaba a proyectar sombras chinescas. Miré la ficha rellenada por el médico de guardia que le había recibido la noche anterior.
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La primera vez que vi a Paul Curtis fue el día primero de febrero de 1966. Ocupaba la celda 16 de la sección de «violentos» del Sanatorio Psiquiátrico de la Fundación Aldeman. Paul ocupaba un rincón de la celda. Se encontraba a gatas, con la cabeza apoyada en el suelo de blando plástico, y en tan difícil posición jugaba a proyectar sombras chinescas. Miré la ficha rellenada por el médico de guardia que le había recibido la noche anterior.