James García el Chicano, hizo derrapar su potente «Honda», y se detuvo en seco, alzando una imponente polvareda en torro suyo. Lanzó un grito penetrante, de alerta. Pero McCall y sus hombres estaban todavía a unas tres millas quizá, a juzgar por la nube de polvo que dejaba atrás su jeep. El desierto se extendía, inacabable, tórrido, apenas manchado de cuando en cuando por un grupo de gigantescos saguaros. Mientras se aproximaba el jeep de McCall, García dirigió un vistazo a los alrededores. El viento estaba en calma sobre la arena blanquecina.
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James García el Chicano, hizo derrapar su potente «Honda», y se detuvo en seco, alzando una imponente polvareda en torro suyo. Lanzó un grito penetrante, de alerta. Pero McCall y sus hombres estaban todavía a unas tres millas quizá, a juzgar por la nube de polvo que dejaba atrás su jeep. El desierto se extendía, inacabable, tórrido, apenas manchado de cuando en cuando por un grupo de gigantescos saguaros. Mientras se aproximaba el jeep de McCall, García dirigió un vistazo a los alrededores. El viento estaba en calma sobre la arena blanquecina.