Solté el periódico, un ejemplar del Chronicle, quité los pies de la mesa, me ajusté el nudo de la corbata, me puse en pie y fui al perchero para descolgar la americana, me la puse, y volví a mirarla. Carrie, desde el umbral de la puerta que daba acceso a su pequeño pero coquetón despachito, sonreía, quizá un poco burlona, tal vez un poco regocijada a pesar de que ni sus ojos ni su boca sonreían, pensando, indudablemente, en la prisa que me había dado en componerme un poco, aun sin saber de quién se trataba.
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Solté el periódico, un ejemplar del Chronicle, quité los pies de la mesa, me ajusté el nudo de la corbata, me puse en pie y fui al perchero para descolgar la americana, me la puse, y volví a mirarla. Carrie, desde el umbral de la puerta que daba acceso a su pequeño pero coquetón despachito, sonreía, quizá un poco burlona, tal vez un poco regocijada a pesar de que ni sus ojos ni su boca sonreían, pensando, indudablemente, en la prisa que me había dado en componerme un poco, aun sin saber de quién se trataba.