El Tío Sam puede ser muy benigno en algunas cosas, pero en otras es inflexible. Por ejemplo, en la declaración de impuestos. Ahí sí que no valen trampas. Uno ha de poner en el impreso hasta los diez centavos que se gastó en un paquete de maní el día en que se fue a ver un partido de béisbol, o de lo contrario ya te tienes a los agentes del fisco encima, huroneando en tu vida hasta descubrir lo que hiciste con el medio dólar que te dio la señora Parrish cuando tenías seis años por ayudarla a limpiar el jardín.
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El Tío Sam puede ser muy benigno en algunas cosas, pero en otras es inflexible. Por ejemplo, en la declaración de impuestos. Ahí sí que no valen trampas. Uno ha de poner en el impreso hasta los diez centavos que se gastó en un paquete de maní el día en que se fue a ver un partido de béisbol, o de lo contrario ya te tienes a los agentes del fisco encima, huroneando en tu vida hasta descubrir lo que hiciste con el medio dólar que te dio la señora Parrish cuando tenías seis años por ayudarla a limpiar el jardín.