En su silenciosa inmovilidad, poseía la helada belleza de la muerte. «Caronte» Smith mantenía levantada una punta de la sábana para que Jay Armand pudiera contemplar mejor aquella belleza. Smith era el vigilante de la Morgue o depósito de cadáveres, y Jay Armand un joven periodista.Aun después de muerta conservaba plenamente su magnífica hermosura. Yacía con los brazos a lo largo del cuerpo, bello y blanco como una estatua de mármol modelada por Fidias, y los negros cabellos recogidos bajo la cabeza. Tenía los ojos cerrados y en sus labios, que apenas habían perdido el color, parecía flotar una débil y enigmática sonrisa.—¿Se sabe quién es el asesino? —preguntó Armand en voz baja, como si le doliera quebrantar aquel silencio.>El vigilante sacudió la cabeza.
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En su silenciosa inmovilidad, poseía la helada belleza de la muerte. «Caronte» Smith mantenía levantada una punta de la sábana para que Jay Armand pudiera contemplar mejor aquella belleza. Smith era el vigilante de la Morgue o depósito de cadáveres, y Jay Armand un joven periodista.Aun después de muerta conservaba plenamente su magnífica hermosura. Yacía con los brazos a lo largo del cuerpo, bello y blanco como una estatua de mármol modelada por Fidias, y los negros cabellos recogidos bajo la cabeza. Tenía los ojos cerrados y en sus labios, que apenas habían perdido el color, parecía flotar una débil y enigmática sonrisa.—¿Se sabe quién es el asesino? —preguntó Armand en voz baja, como si le doliera quebrantar aquel silencio.>El vigilante sacudió la cabeza.