El silencio era absoluto. No se veía un alma por la calle Mayor de Larramore y las cantinas habían cerrado sus puertas hacía ya mucho rato. Apenas si un par de faroles disipaban las tinieblas en cortos trechos, más allá de los cuales reinaba una oscuridad impenetrable. En la quietud de la noche, varias sombras se movieron en silencio hacia uno de los pocos edificios que tenían un farol encendido en la puerta: la oficina del sheriff, y también cárcel.
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El silencio era absoluto. No se veía un alma por la calle Mayor de Larramore y las cantinas habían cerrado sus puertas hacía ya mucho rato. Apenas si un par de faroles disipaban las tinieblas en cortos trechos, más allá de los cuales reinaba una oscuridad impenetrable. En la quietud de la noche, varias sombras se movieron en silencio hacia uno de los pocos edificios que tenían un farol encendido en la puerta: la oficina del sheriff, y también cárcel.