El pelotón de jinetes llegó a la cumbre del pequeño altozano y el hombre que los capitaneaba levantó el brazo, en ademán de detención. Etham Duncan abrió una de las alforjas de su silla y sacó un largavista, con el que oteó el paisaje durante algunos segundos. De pronto, lanzó una exclamación: —¡Ya los tengo! Están siguiendo el curso del White Mule Creek y cabalgan por la orilla o dentro de la corriente, a fin de no levantar polvo. —¿Son muchos, patrón? —preguntó uno de los jinetes.
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El pelotón de jinetes llegó a la cumbre del pequeño altozano y el hombre que los capitaneaba levantó el brazo, en ademán de detención. Etham Duncan abrió una de las alforjas de su silla y sacó un largavista, con el que oteó el paisaje durante algunos segundos. De pronto, lanzó una exclamación: —¡Ya los tengo! Están siguiendo el curso del White Mule Creek y cabalgan por la orilla o dentro de la corriente, a fin de no levantar polvo. —¿Son muchos, patrón? —preguntó uno de los jinetes.