El hombre que viajaba en la diligencia era alto, esbelto, de anchos hombros y vestía con discreta elegancia, lo suficiente para no parecer un patán, aunque en ningún momento hubiera dado la sensación de ser un tahúr o pistolero profesional. Sin embargo, debajo de la bien cortada levita llevaba dos revólveres de culatas nacaradas. Jean Stiller lo observó cuando subió en la parada de Carterville. Nadie llevaba dos pistolas por fanfarronería, sino porque podía utilizarlas en cualquier momento. Y el que las llevaba en la forma que se veían sobre el cuerpo de Joel Kenlock era porque, efectivamente, sabía usar sus armas.
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El hombre que viajaba en la diligencia era alto, esbelto, de anchos hombros y vestía con discreta elegancia, lo suficiente para no parecer un patán, aunque en ningún momento hubiera dado la sensación de ser un tahúr o pistolero profesional. Sin embargo, debajo de la bien cortada levita llevaba dos revólveres de culatas nacaradas. Jean Stiller lo observó cuando subió en la parada de Carterville. Nadie llevaba dos pistolas por fanfarronería, sino porque podía utilizarlas en cualquier momento. Y el que las llevaba en la forma que se veían sobre el cuerpo de Joel Kenlock era porque, efectivamente, sabía usar sus armas.