Jill Monroe, de veintitrés años de edad, pelo rubio, rostro bonito y armoniosa figura, se estaba pintando las uñas de los pies, sentada en el sofá del living. De pronto, sonó el timbre de su apartamento. —Vaya, qué oportuno —rezongó Jill, viéndose obligada a interrumpir su tarea, cuando ya casi estaba terminando. Bajó el pie derecho del borde del sofá, se levantó, y acudió a abrir, descalza y en bata.
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Jill Monroe, de veintitrés años de edad, pelo rubio, rostro bonito y armoniosa figura, se estaba pintando las uñas de los pies, sentada en el sofá del living. De pronto, sonó el timbre de su apartamento. —Vaya, qué oportuno —rezongó Jill, viéndose obligada a interrumpir su tarea, cuando ya casi estaba terminando. Bajó el pie derecho del borde del sofá, se levantó, y acudió a abrir, descalza y en bata.