Edmon Schell, de cuarenta y cinco años de edad, estatura media, constitución delgada, ojos vivos y nariz aguileña, regresaba a Chicago en su coche, un magnífico «Cadillac» azul. Podía permitirse el lujo de tener un «Cadillac» último modelo, y muchas casas más, porque era un hombre rico. Su fábrica de salchichas, pequeña y modesta al principio, había ido creciendo y adquiriendo categoría con sorprendente rapidez.
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Edmon Schell, de cuarenta y cinco años de edad, estatura media, constitución delgada, ojos vivos y nariz aguileña, regresaba a Chicago en su coche, un magnífico «Cadillac» azul. Podía permitirse el lujo de tener un «Cadillac» último modelo, y muchas casas más, porque era un hombre rico. Su fábrica de salchichas, pequeña y modesta al principio, había ido creciendo y adquiriendo categoría con sorprendente rapidez.