El taxi se detuvo frente al hotel Conwell. Era uno de los mejores hoteles de Atlanta, la capital de Georgia. Cathy Oberon, de veinticuatro años de edad, cabello rubio y ojos azules, pagó al taxista y descendió del vehículo. Era una joven alta, bien formada. Vestía pantalón blanco, muy ajustado, y una liviana blusa roja, bajo la que oscilaban, totalmente libres, sus firmes y armoniosos senos. También los zapatos, descubiertos, de alto y fino tacón, eran rojos. Como el bolso, que colgaba de su hombro izquierdo.
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El taxi se detuvo frente al hotel Conwell. Era uno de los mejores hoteles de Atlanta, la capital de Georgia. Cathy Oberon, de veinticuatro años de edad, cabello rubio y ojos azules, pagó al taxista y descendió del vehículo. Era una joven alta, bien formada. Vestía pantalón blanco, muy ajustado, y una liviana blusa roja, bajo la que oscilaban, totalmente libres, sus firmes y armoniosos senos. También los zapatos, descubiertos, de alto y fino tacón, eran rojos. Como el bolso, que colgaba de su hombro izquierdo.