Clark Stringer consultó la esfera de su reloj. Sonrió levemente. Con movimientos cansinos, caminó hacia la puerta de su modesta tienda de ultramarinos y le dio la vuelta al pequeño rótulo que colgaba en ella. Desde la calle, y a través del limpio cristal, se podía leer ahora: «Cerrado». Stringer corrió una cortina y cubrió el cristal de la puerta, para no ser observado desde la calle. Luego, regresó al otro lado del mostrador y abrió un cajón, empezando el recuento del producto obtenido por las ventas del día.
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Clark Stringer consultó la esfera de su reloj. Sonrió levemente. Con movimientos cansinos, caminó hacia la puerta de su modesta tienda de ultramarinos y le dio la vuelta al pequeño rótulo que colgaba en ella. Desde la calle, y a través del limpio cristal, se podía leer ahora: «Cerrado». Stringer corrió una cortina y cubrió el cristal de la puerta, para no ser observado desde la calle. Luego, regresó al otro lado del mostrador y abrió un cajón, empezando el recuento del producto obtenido por las ventas del día.