La empleada de la limpieza, trémula e intensamente pálida, fue la que a la mañana siguiente encontró el cadáver. En medio de la sala, como una estatua derribada, yacía Nelly Morrison, la cabellera esparcida sobre la alfombra, desnudo el blanco busto, del que emergía la empuñadura de un cuchillo. A mediodía, el cadáver ya se hallaba en el depósito, y el inspector Maidnar del. F.B.I. había efectuado los interrogatorios preliminares. Uno de los primeros que entraron en el despacho del inspector fue el polaco Peter Valensky. Fue también el que más tiempo permaneció allí. Hugh Leander se hallaba muy afectado. Durante largo rato estuvo llorando como un niño. Parecía inconcebible que aquella naturaleza corpulenta, tan llena de brusquedades, poseyese un fondo tan sensible. Se creía responsable de la perdición de Nelly. Él le había tendido la mano en los primeros tiempos, pero esta ayuda solo había servido para que entrara en la maraña. Luego, la había dejado sola.
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La empleada de la limpieza, trémula e intensamente pálida, fue la que a la mañana siguiente encontró el cadáver. En medio de la sala, como una estatua derribada, yacía Nelly Morrison, la cabellera esparcida sobre la alfombra, desnudo el blanco busto, del que emergía la empuñadura de un cuchillo. A mediodía, el cadáver ya se hallaba en el depósito, y el inspector Maidnar del. F.B.I. había efectuado los interrogatorios preliminares. Uno de los primeros que entraron en el despacho del inspector fue el polaco Peter Valensky. Fue también el que más tiempo permaneció allí. Hugh Leander se hallaba muy afectado. Durante largo rato estuvo llorando como un niño. Parecía inconcebible que aquella naturaleza corpulenta, tan llena de brusquedades, poseyese un fondo tan sensible. Se creía responsable de la perdición de Nelly. Él le había tendido la mano en los primeros tiempos, pero esta ayuda solo había servido para que entrara en la maraña. Luego, la había dejado sola.