MUCHO tiempo atrás, en su juventud, había sido un experto y consumado jinete; pero ya solo era un hombre excesivamente grueso apoltronado en la silla de su montura. Eugenio Castillo era el sheriff del condado de Mescalero, Arizona. Tenía muslos tan gruesos como el torso de un vaquero; puños macizos; ojos impenetrables; expresión inocua, y mostacho negro sobre las comisuras de su boca. El ala del sombrero oscurecía su tez bronceada.
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MUCHO tiempo atrás, en su juventud, había sido un experto y consumado jinete; pero ya solo era un hombre excesivamente grueso apoltronado en la silla de su montura. Eugenio Castillo era el sheriff del condado de Mescalero, Arizona. Tenía muslos tan gruesos como el torso de un vaquero; puños macizos; ojos impenetrables; expresión inocua, y mostacho negro sobre las comisuras de su boca. El ala del sombrero oscurecía su tez bronceada.