Herb Hockiss se la encontró a la orilla del lago, sentada en un banco del parque contiguo, llorando a lágrima viva como una Magdalena, con una expresión de tanto desconsuelo, que le pareció no podía haber en el mundo nadie más afligido que aquella hermosa muchacha de largos cabellos dorados y rostro de princesa de cuento de hadas. La cara se la vio más tarde, naturalmente, porque ahora la tenía escondida entre las manos.
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Herb Hockiss se la encontró a la orilla del lago, sentada en un banco del parque contiguo, llorando a lágrima viva como una Magdalena, con una expresión de tanto desconsuelo, que le pareció no podía haber en el mundo nadie más afligido que aquella hermosa muchacha de largos cabellos dorados y rostro de princesa de cuento de hadas. La cara se la vio más tarde, naturalmente, porque ahora la tenía escondida entre las manos.