Corinne, semidesnuda, corría fuera de sí, entre los árboles descarnados. Las ramas azotaban su cara y sus piernas, rasgaban sus mejillas y retenían sus cabellos. Su espanto no tenía límites.
Ignoraba, en realidad, porque se encontraba allí. Únicamente era consciente del viscoso ser que la perseguía, del inminente peligro y de su absoluta soledad.
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Bajo la luna llena, el calor era asfixiante.
Corinne, semidesnuda, corría fuera de sí, entre los árboles descarnados. Las ramas azotaban su cara y sus piernas, rasgaban sus mejillas y retenían sus cabellos. Su espanto no tenía límites.
Ignoraba, en realidad, porque se encontraba allí. Únicamente era consciente del viscoso ser que la perseguía, del inminente peligro y de su absoluta soledad.