Michael Randle quitó del cigarrillo la envoltura de celofán, hizo una pelotita con ella, oprimiéndola entre sus largos dedos, y la arrojó al otro lado de la barandilla de madera que se alzaba en el borde del acantilado. Dos gaviotas se lanzaron tras ella, disputándosela, cuando se hundió en el agua. Randle encendió el puro y lanzó la cerilla por el mismo camino que la envoltura. Las gaviotas volvieron a elevarse, graznando descontentas porque el celofán no les había resultado comestible. Observándolas, en los ojos de Randle brilló un deseo: el de que las gaviotas fueran buitres. Si lo fueran, podría hacer desaparecer toda evidencia, y Randle se sentiría mucho mejor.
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Michael Randle quitó del cigarrillo la envoltura de celofán, hizo una pelotita con ella, oprimiéndola entre sus largos dedos, y la arrojó al otro lado de la barandilla de madera que se alzaba en el borde del acantilado. Dos gaviotas se lanzaron tras ella, disputándosela, cuando se hundió en el agua. Randle encendió el puro y lanzó la cerilla por el mismo camino que la envoltura. Las gaviotas volvieron a elevarse, graznando descontentas porque el celofán no les había resultado comestible. Observándolas, en los ojos de Randle brilló un deseo: el de que las gaviotas fueran buitres. Si lo fueran, podría hacer desaparecer toda evidencia, y Randle se sentiría mucho mejor.