En un pequeño poblado del Oeste, el domingo había amanecido esplendoroso. Sus habitantes se hallaban congregados de buena mañana en la plaza. Los hombres lucían sus vistosos atuendos vaqueros de los días solemnes y las mujeres se engalanaban con los vestidos recién sacados de viejos arcones o traídos de las ciudades más cercanas. El hecho de ir directamente hacia la iglesia no parecía tener importancia alguna, ya que como domingo que era, todo indicaba que aquellas gentes se disponían a cumplir con sus deberes religiosos, pero lo cierto era que en todos los rostros se lela una alegría poco común
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En un pequeño poblado del Oeste, el domingo había amanecido esplendoroso. Sus habitantes se hallaban congregados de buena mañana en la plaza. Los hombres lucían sus vistosos atuendos vaqueros de los días solemnes y las mujeres se engalanaban con los vestidos recién sacados de viejos arcones o traídos de las ciudades más cercanas. El hecho de ir directamente hacia la iglesia no parecía tener importancia alguna, ya que como domingo que era, todo indicaba que aquellas gentes se disponían a cumplir con sus deberes religiosos, pero lo cierto era que en todos los rostros se lela una alegría poco común