El desprevenido transeúnte que echara una mirada a los hombres que trabajaban en mitad de aquella plaza, casi desierta y con escasos y raquíticos árboles, hubiera experimentado sin duda un buen sobresalto. Los obreros estaban levantando un cadalso. Al declinar la tarde, el calor había decrecido también. Los habitantes de Kansas City empezaban a dejar sus frescos refugios, asomando en las calles, en la plaza, ligeros de ropas, los ojos brillantes y animados después de una buena siesta.
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El desprevenido transeúnte que echara una mirada a los hombres que trabajaban en mitad de aquella plaza, casi desierta y con escasos y raquíticos árboles, hubiera experimentado sin duda un buen sobresalto. Los obreros estaban levantando un cadalso. Al declinar la tarde, el calor había decrecido también. Los habitantes de Kansas City empezaban a dejar sus frescos refugios, asomando en las calles, en la plaza, ligeros de ropas, los ojos brillantes y animados después de una buena siesta.