UNA DE las paradojas de Zúrich, la que más sorprende al extranjero que por primera vez establece contacto con la ciudad, es, seguramente, esa extraña mezcla de calma y actividad que, desde el amanecer hasta las siete de la tarde, reina en la villa. Los autos van cambiando de rumbo, los peatones transitan continuamente y los largos tranvías se deslizan en medio de una red de arterias armoniosas sin encontrar obstáculos, sin producir ruidos discordantes. Es una actividad tranquila, de pulso regular. Zúrich vive muy deprisa, muy intensamente, aunque sin la menor nerviosidad.
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UNA DE las paradojas de Zúrich, la que más sorprende al extranjero que por primera vez establece contacto con la ciudad, es, seguramente, esa extraña mezcla de calma y actividad que, desde el amanecer hasta las siete de la tarde, reina en la villa. Los autos van cambiando de rumbo, los peatones transitan continuamente y los largos tranvías se deslizan en medio de una red de arterias armoniosas sin encontrar obstáculos, sin producir ruidos discordantes. Es una actividad tranquila, de pulso regular. Zúrich vive muy deprisa, muy intensamente, aunque sin la menor nerviosidad.