Era una noche lluviosa de abril. El viento gemía agitando las copas de los pinos y susurraba entre el follaje. Era una de esas noches ingratas e inhóspitas durante las cuales no hay nada mejor que permanecer bajo techado, al lado de una panzuda estufa o delante de una buena chimenea, atiborrada de leña.
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Era una noche lluviosa de abril. El viento gemía agitando las copas de los pinos y susurraba entre el follaje. Era una de esas noches ingratas e inhóspitas durante las cuales no hay nada mejor que permanecer bajo techado, al lado de una panzuda estufa o delante de una buena chimenea, atiborrada de leña.