Pocos minutos más tarde, con el consiguiente asombro, hallaron al solitario transeúnte de la Catedral, maniatado y amordazado como lo había dejado el misterioso personaje del perramus oscuro. Al izarlo, tomándolo de los hombros para reconocerlo, Roldán notó una tarjetita, que se hallaba prendida en la traba de la corbata del supuesto delincuente. Con gesto profesional la pasó al inspector, que leyó, indignado, lo siguiente: “¡El que roba a un ladrón, cien años de perdón… ”y el que roba a un montón, eterna absolución! ”Hasta pronto. Enigma.
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Pocos minutos más tarde, con el consiguiente asombro, hallaron al solitario transeúnte de la Catedral, maniatado y amordazado como lo había dejado el misterioso personaje del perramus oscuro. Al izarlo, tomándolo de los hombros para reconocerlo, Roldán notó una tarjetita, que se hallaba prendida en la traba de la corbata del supuesto delincuente. Con gesto profesional la pasó al inspector, que leyó, indignado, lo siguiente: “¡El que roba a un ladrón, cien años de perdón… ”y el que roba a un montón, eterna absolución! ”Hasta pronto. Enigma.