Se estaba lamentando, y con razón. Ser padre ya de siete robustos hijos no justificaba, ni mucho menos, que no debiera estar presente cuando iba a nacer el octavo. Creía que su puesto estaba allí, en su casa, y no en las inmundas callejuelas del barrio más miserable de Marsella, el barrio del puerto, donde las paredes de las casas, negras, siempre están destilando humedad y parecen cargadas de todo el limo pestilente que se va juntando en las dársenas del gran puerto mediterráneo.
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Se estaba lamentando, y con razón. Ser padre ya de siete robustos hijos no justificaba, ni mucho menos, que no debiera estar presente cuando iba a nacer el octavo. Creía que su puesto estaba allí, en su casa, y no en las inmundas callejuelas del barrio más miserable de Marsella, el barrio del puerto, donde las paredes de las casas, negras, siempre están destilando humedad y parecen cargadas de todo el limo pestilente que se va juntando en las dársenas del gran puerto mediterráneo.