La bala llegó de una forma inesperada, súbita. Pareció como si la hubieran enviado desde el otro lado del mundo. Johnny Klem no oyó el disparo. Tampoco notó el silbido peculiar, que tantas veces le había salvado, pues sus músculos eran rápidos como un proyectil, Simplemente notó aquel aguijonazo en el hombro. La fuerza del impacto fue tanta que le hizo girar sobre sí mismo. Cayó a tierra, sobre las losas de la Séptima Avenida, más o menos a la altura de la calle Cincuenta y Tres.