DE todos los hombres que se amontonaban en el bar de Boykin, en Lewis Street, junto a East Houston, quizás el único que apenas sentía interés por las imágenes que aparecían en la pantalla del televisor era Alan Negin. Los demás estaban tensos, expectantes, con la mirada fija alternativamente en Cassius Clay, o en Sonny Liston. El primero parecía un tigre joven, dispuesto a pelear, impaciente por hacerlo. Liston se lo tomaba con calma.
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DE todos los hombres que se amontonaban en el bar de Boykin, en Lewis Street, junto a East Houston, quizás el único que apenas sentía interés por las imágenes que aparecían en la pantalla del televisor era Alan Negin. Los demás estaban tensos, expectantes, con la mirada fija alternativamente en Cassius Clay, o en Sonny Liston. El primero parecía un tigre joven, dispuesto a pelear, impaciente por hacerlo. Liston se lo tomaba con calma.