HABÍA que comprenderlo: estaban en luna de miel. Ben, el portero del suntuoso edificio de apartamentos, situado cerca de la bahía de San Francisco, con vistas a ésta, y las fabulosas residencias de Green Hill, exclusivas para millonarios, lo comprendía muy bien. Aquella pareja de recién casados, como todas, creen que todo empieza y termina con la luna de miel. Y no es así, claro. La luna de miel es algo así como la tarta, café, copa, y puro, que se concede al condenado a muerte…, según opinaba el propio Ben, y él sabría por qué, ya que su matrimonio databa de treinta y cuatro años antes.
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HABÍA que comprenderlo: estaban en luna de miel. Ben, el portero del suntuoso edificio de apartamentos, situado cerca de la bahía de San Francisco, con vistas a ésta, y las fabulosas residencias de Green Hill, exclusivas para millonarios, lo comprendía muy bien. Aquella pareja de recién casados, como todas, creen que todo empieza y termina con la luna de miel. Y no es así, claro. La luna de miel es algo así como la tarta, café, copa, y puro, que se concede al condenado a muerte…, según opinaba el propio Ben, y él sabría por qué, ya que su matrimonio databa de treinta y cuatro años antes.