La mujer se estaba mirando al espejo. Era una dama alta, esbelta, de fascinante cuerpo y hermoso rostro, con mucho exotismo en sus rasgos, notablemente bien maquillados. Su edad podía oscilar entre los treinta y treinta y cinco años; una dama que se acercaba a la madurez. Se había teñido el cabello de color caoba, lo cual contrastaba notablemente con sus negrísimos ojos, muy rasgados, brillantes. Su maquillaje era de tono pálido, y ni una pasada de «rouge» era visible en sus labios, de un sonrosado natural algo desvaído.