LA doctora Magnolia Wolcott, conduciendo su diminuto automóvil monoplaza, había penetrado ya en el recinto del «Centro de Readaptación». El lugar, en las afueras de Oneonta, estado de New York, parecía, a veces, una gigantesca pintura, un enorme cuadro. Sólo cuando soplaba un poco el viento, como aquella mañana, el cuadro se mostraba al natural, ya que se agitaban las hojas de los árboles, caía alguna hoja de flor; un jardín perfecto, un lugar perfecto.
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LA doctora Magnolia Wolcott, conduciendo su diminuto automóvil monoplaza, había penetrado ya en el recinto del «Centro de Readaptación». El lugar, en las afueras de Oneonta, estado de New York, parecía, a veces, una gigantesca pintura, un enorme cuadro. Sólo cuando soplaba un poco el viento, como aquella mañana, el cuadro se mostraba al natural, ya que se agitaban las hojas de los árboles, caía alguna hoja de flor; un jardín perfecto, un lugar perfecto.