En aquel rincón del Biscayne Bay, Normandy Island, en Miami Beach, el colorido en el fondo del mar era excepcional. La profundidad era más bien escasa, pero había peces de colores; había fósiles, masas de coral que parecían partirse en mil colores, ante la extasiada vista de aquel hombre. Buceaba sin equipo; por dos razones. La primera, sus bien dotados pulmones, pese a que ya no era un hombre demasiado joven.
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En aquel rincón del Biscayne Bay, Normandy Island, en Miami Beach, el colorido en el fondo del mar era excepcional. La profundidad era más bien escasa, pero había peces de colores; había fósiles, masas de coral que parecían partirse en mil colores, ante la extasiada vista de aquel hombre. Buceaba sin equipo; por dos razones. La primera, sus bien dotados pulmones, pese a que ya no era un hombre demasiado joven.