De pronto, Reagan dejó el auricular en su sitio violentamente como si tuviese algún resentimiento personal con el teléfono, y pasó furioso por delante de mí. —Ponte a la mesa de noticias por unos minutos, Ricky —dijo—. Voy a echar un trago. —Deja un poco para mí —repliqué yo—. Acuérdate que también yo tengo seca la garganta. —De eso es de lo que te preocupas tú —me espetó altivamente, mientras se dirigía hacia la puerta. Fui a ocupar entonces el puesto que Reagan había dejado vacante, y estuve charlando un rato con los ayudantes del jefe, que estaban ante la larga mesa de al lado. Unos minutos después, sonó estridentemente uno de los aparatos. Cogí el auricular y contesté, aburrido: —Noticias.
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De pronto, Reagan dejó el auricular en su sitio violentamente como si tuviese algún resentimiento personal con el teléfono, y pasó furioso por delante de mí. —Ponte a la mesa de noticias por unos minutos, Ricky —dijo—. Voy a echar un trago. —Deja un poco para mí —repliqué yo—. Acuérdate que también yo tengo seca la garganta. —De eso es de lo que te preocupas tú —me espetó altivamente, mientras se dirigía hacia la puerta. Fui a ocupar entonces el puesto que Reagan había dejado vacante, y estuve charlando un rato con los ayudantes del jefe, que estaban ante la larga mesa de al lado. Unos minutos después, sonó estridentemente uno de los aparatos. Cogí el auricular y contesté, aburrido: —Noticias.