El hombre parecía como desasosegado. Daba la impresión de que un misterioso duendecillo hurgaba y hurgaba en su interior, solazándose en picotearle las células nerviosas. Su nariz, larga y saliente, parecía olfatear un peligro invisible armándose sobre su cabeza. Se llamó estúpido, imbécil y otras lindezas por el estilo. ¿Quién le había visto entrar en la embajada americana, quién? ¡Nadie! Así, categóricamente, nadie. Tomó sus precauciones para ello. Las exigió él, y Daw Ripley, el embajador, las aceptó sin rechistar.
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El hombre parecía como desasosegado. Daba la impresión de que un misterioso duendecillo hurgaba y hurgaba en su interior, solazándose en picotearle las células nerviosas. Su nariz, larga y saliente, parecía olfatear un peligro invisible armándose sobre su cabeza. Se llamó estúpido, imbécil y otras lindezas por el estilo. ¿Quién le había visto entrar en la embajada americana, quién? ¡Nadie! Así, categóricamente, nadie. Tomó sus precauciones para ello. Las exigió él, y Daw Ripley, el embajador, las aceptó sin rechistar.