Luke Ford masculló una maldición, pero siguió pedaleando con fuerza, carretera adelante. La lluvia caía a cántaros sobre sus espaldas casi desnudas. Eran gruesas y pesadas gotas, que algunas ráfagas de aire lanzaban con violencia contra su rostro y formaban con ellas caprichosos círculos, antes de pulverizarlas en finas gotas. La asfaltada carretera parecía un río, y los escasos coches con los que se cruzaba el joven ciclista avanzaban despacio, surcando materialmente el agua que corría en tropel hacia las cunetas.
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Luke Ford masculló una maldición, pero siguió pedaleando con fuerza, carretera adelante. La lluvia caía a cántaros sobre sus espaldas casi desnudas. Eran gruesas y pesadas gotas, que algunas ráfagas de aire lanzaban con violencia contra su rostro y formaban con ellas caprichosos círculos, antes de pulverizarlas en finas gotas. La asfaltada carretera parecía un río, y los escasos coches con los que se cruzaba el joven ciclista avanzaban despacio, surcando materialmente el agua que corría en tropel hacia las cunetas.